Seguro que conoces ese momento en el que estás a punto de dormirte. Es un momento especial porque nos permite imaginar todo lo que queramos cuando aún estamos despiertos. Además, lo podemos hacer gratis y libres, yo desde siempre lo he dedicado a pensar disparates… puedo ser chico o puedo ser chica… puedo tener naves o vivir solo encima de una montaña… ¡Nada tiene lógica y eso es lo divertido! Qué curioso es, ¿no? Yo admiro a las personas que tienen curiosidad…
Una de esas veces, justo antes de dormirme, fui una equilibrista y paseaba sin red por el alambre. No podía bajar. Ese era el problema. Todos me miraban desde el suelo sonriendo, pero es que yo no podía bajar. Unas alas de colibrí lo solucionaron, aunque pensándolo bien podría haber utilizado las escaleras que había en la parte de atrás...
El momento en que fui un ermitaño lo recuerdo bastante bien porque lo único que hice fue estar sentado y espiar por la ventana abierta. Y es curioso porque fuera el sol lucía con fuerza y, a la vez, la lluvia no paraba de caer, interminable. Era de día, pero también era de noche. Todo junto, como en un buffet libre de esos en los que puedes elegir a tu gusto y hartarte de postre.
Aunque con diferencia lo mejor es cuando conseguí ser una heroína. No sólo porque me comía toda la verdura sin rechistar, sino por el hecho de ser mujer. Pero es difícil, no te creas, mucho trabajo, mucha responsabilidad...
Una vez no me gustó lo que elegí imaginar porque el publicitario en que me convertí tenía tendencia a adaptar la realidad a sus intereses. Pero luego lo arreglé inventándome unas maracas mágicas que conseguían que mucha gente fuera al teatro cada vez que sonaban.
Yo admiro a los que sois curiosos y también a los que no tenéis miedo a hablar en voz alta y, además, dormís a pierna suelta.
En otra ocasión, ya empezando a ser viejo, imaginé que en mi habitación había una ventana por la que yo quería mirar para escapar, pero unos cristaleros estaban arreglándola y eso me dio un poco de rabia porque yo quería salir a buscar caracoles entre la humedad de la hierba…
Uno de mis momentos preferidos es cuando fui un niño y jugaba a naves espaciales en unas carcasas metálicas abandonadas en el campo. En una de esas carcasas había un nido de avispas y cuando lo pisé todas me atacaron. Entonces yo cogí mi martillo ultrasónico y las aticé con fuerza sin acertar en ninguna ocasión, pero fue así como, atizando el martillo, me convertí en herrero y me transporté hasta una fragua, y yo solo fundí un kilo y medio de acero inoxidable y me construí un traje espacial que era así, inoxidable.
Yo admiro a los que sois curiosos. Yo no soy curioso, realmente no lo soy. Tú si eres curioso. Eres el personaje curioso de este cuento, por eso has llegado hasta aquí.