Juana es una sin techo porque su casa no tiene techo: un viento muy fuerte se lo arrancó un día y a ella le gustó mucho más vivir así, porque podía ver el sol por las mañanas y la luna por las noches. El vecino que vive debajo de Juana, que es pescadero, no entiende cómo se puede vivir sin techo, porque él lo necesita para colgar y secar el pescado.
Una noche de luna llena, Juana estaba echada en la cama mirando el cielo y oyó unos ruidos en la calle, como si alguien anduviera despacio arrastrando algo muy pesado. Asomó la cabeza y vio a un vagabundo enfundado en un abrigo que arrastraba un saco enorme lleno de cosas que no paraban de moverse. El saco tenía un agujero por el que asomaban un pie y una mano. “Eh, ¿qué llevas ahí?”, preguntó Juana. El vagabundo miró hacia arriba y contestó: “Nada”. Pero el pie que había salido por el agujero del saco le dio una patada que lo tiró al suelo y de pronto ya eran ocho pies y ocho manos los que salían del saco.
Juana abrió mucho los ojos porque del saco había salido un faquir, casi desnudo y con puñales clavados en el cuerpo, un gigante barbudo que medía tres veces más que el faquir, un hombre lobo con todo el pecho lleno de pelo y un hocico lleno de dientes enormes, y un vaquero enrollado en una cuerda que no le dejaba moverse. “¡¡Socorro!! ¡¡Ayúdanos!!” gritaba el vaquero. Pero Juana tenía miedo del gigante y del hombre lobo. Y un poco también del vaquero, que ya se había liberado de la cuerda, había hecho un lazo y lo había hecho volar en círculos por encima de su cabeza: en cuanto el vagabundo quiso levantarse, lo atrapó con la cuerda y, ayudado por el hombre lobo, lo ató bien fuerte a un árbol. Entonces el faquir se arrancó los puñales del cuerpo y los empezó a arrojar: como tenía una puntería increíble, hizo un círculo perfecto alrededor de la cabeza del vagabundo. El hombre lobo y el vaquero aplaudían cada vez que se clavaba un puñal.
El gigante se acercó a la casa de Juana: era tan alto que la cabeza le quedaba encima de su cama. Le dijo que no tuviera miedo, que él y sus tres compañeros sólo querían volver al circo de donde el vagabundo los había secuestrado, pero que tenían mucha hambre. Juana pensó en todos los pescados que había en la casa del pescadero y bajó a llamar a su puerta. El pescadero se asustó cuando vio a su vecina acompañada de un gigante, un hombre lobo, un faquir y un vaquero, pero Juana lo tranquilizó. ¡Claro que tenía pescado de sobra! Subieron todos a la casa sin techo y comieron juntos el pescado seco y salado, riquísimo, del pescadero, bajo la atenta mirada de la luna llena.