El Yeti Tomás y Natasha la Bailaora tienen, más o menos, una cita. Después de casi un año escribiéndose, por fin, se van a volver a ver...
Encogido en un asiento de la última fila del autobús, el Yeti Tomás está tan nervioso que no paran de sudarle las pezuñas y no puede dejar de preguntarse si a Natasha la Bailaora también le deben estar zapateando los zapatos de los nervios en ese mismo momento, de aquella manera tan musical que a él le derrite.
Para colmo, un grandote grano rojo y chillón ha decidido nacer junto al hocico del Yeti Tomás. Un resplandeciente tomate aposentado sobre el lecho de largo pelaje blanco... “dispuesto a triturar mi día especial”, piensa el joven yeti desesperado.
Natasha la Bailaora y el Yeti Tomás se conocieron durante el rodaje de una película en la que habían sido los protagonistas. La película se llamaba Abominai-nonai-noná y los dos se habían sentido muy felices trabajando en ella porque su director, el ruso Yuri Allen, era el cineasta preferido de ambos. Así que con el entusiasmo que compartían...y el tacatacatá de ella y el grgrgr-grgrgr de él, obviamente, se habían entendido enseguida. Sin embargo, y a pesar de que los dos lo deseaban, ninguno se atrevió jamás a confesarle su amor al otro.
En la película, el Yeti Tomás interpretaba a un pintor de brocha gorda al que, por casualidad, le cae en las manos un boleto premiado de lotería. El pintor, al que lo que más le gusta hacer es pintar paredes y leer novelas de caballeros, reyes y dragones, decide, con todo aquel dinero, hacer realidad su sueño y comprarse un castillo en el que, ataviado con capa y corona, se pasará el día, rodillo en mano cual espada, pintandolo todo de color blanco.
Cuando llega el invierno cada rincón y cada torre del castillo ya están pintados, así que el rey pintor continúa con el resto de su propiedad... Comienza por el sendero de piedras y después continúa con la hierba que se extiende hasta el lago y, aún más allá, pinta también de blanco los árboles frutales al fondo de sus tierras. Así, en los largos atardeceres de invierno, disfruta viendo como la luz anaranjada de la puesta de sol baña todo aquel manto blanco, dándole a su reino aspecto de ensueño. Y aunque eso le hace feliz, no puede evitar pensar que le gustaría poder compartirlo...
Pero con la primavera llegará la compañía. Un grupo de recolectores llama a la puerta del castillo pidiendo permiso para recoger aquellas manzanas rojas y brillantes que ahora cuelgan de los frutales blancos. El rey pintor se sentirá tan feliz con aquella visita que les ofrecerá instalarse con él en el castillo hasta que termina la recolección, convirtiéndose así en sus invitados y quedando él fascinado con la técnica de Natasha la Bailaora, que coge cada manzana del árbol, la gira, la huele y la guarda en el cesto con perfectos pasos de flamenco, convirtiendo la recolección en una danza.
Ahora, a Natasha la Bailaora no paran de zapatearle los zapatos de los nervios mientras espera al Yeti Tomás en la parada del autobús. Se ha puesto el vestido blanco con grandes lunares rojos, su favorito y, después de pensarlo mucho, se ha armado de valor y ha decidido que si cuando él se acerque le llega hasta la nariz aquél aroma de manzanilla que desprenden sus pezuñas sudadas cuando está nervioso...esta vez sí le dirá lo que siente.
El resto de la historia...no os lo voy a contar...porque yo tampoco lo sé. Tendremos que esperar... a que Yuri Allen haga la película.